MEMORIA MÉTRICA

Miscelánea del escritor José Miguel Domínguez Leal

domingo, 29 de abril de 2018

MENSAJE DEL MAR




Amigo lector:

Este mes de abril concluye lluvioso y ventoso como si Iris y Eolo se resistieran a dejar un romance entretejido sobre esta bahía tornasolada. Me han pasado estos días algunas cosas, que ignoro si serán signo de lo porvenir o mero polvo en suspensión de lo olvidable, y de las que te quiero hacer acta. Así, he tenido un encuentro con mi viejo amigo y profesor de pintura y otro viejo alumno después de bastante tiempo, y, contra lo que yo creía, había bastante ganas de verse y hablar y beber hasta las tantas en el taller de aquél. La soledad, en verdad, no perdona a nadie, y hay cierta necesidad de puntos de referencia, a los que volver de vez en cuando para afrontar el miedo inevitable a la vejez.

Una lección en este sentido es la que me aporta estas últimas semanas mi perra, que ha desarrollado una cojera en una pata que tuvo que ser operada por rotura cuando era cachorro: la placa metálica le ha producido con los años -ahora tiene 14 años lo que la convierte en una perfecta anciana- un quiste, que espero, en todo caso, que sea benigno. Ella, no obstante, intenta moverse y hacer todo lo que ha hecho hasta ahora, saltar y correr, aunque sea encogiendo la pata afectada, sin que se note que se queje de ninguna manera. Dicen que los perros también sienten miedo cuando perciben que les abandonan las fuerzas en la vejez, pero es verdad asimismo que también parecen aferrarse a la vida con más dignidad que muchos humanos.

Veo así en algunos grupos de alumnos un comportamiento aberrante, que se manifiesta, entre otros fenómenos, en actuar en el aula como si estuviesen en una caseta de feria, actitud que no cambian cuando entra el profesor. Y uno tiene que armarse de toda su determinación y desafío para hacer frente a esta situación y hacerlos callar. Afirmarse. Y observar cómo les fastidia que se les llame la atención, como si el hiperegotismo infantiloide en que parecen vivir los convirtiera en autistas de la conciencia de sus obligaciones sociales -que lleva a algunos a reprochar a los que tienen mejores notas una falta de solidaridad con su aspiración a cigarras-, y los hiciera pudrirse en el caldo prebiótico de sus deseos impulsivos que tienen que convertirse porque sí en derechos.

Afirmarse, y plantar cara a la gente que en el trabajo, el bloque o en la calle no te perdona que quieras ser independiente, y que tengas orgullo de ser lo que eres, no aceptando ser el objeto sumiso de sus frustraciones, mediocridades o rencores. Nunca te lo van a perdonar, pues está en su naturaleza, así que lo único que cabe es disfrutar haciéndoles frente.

Espero, en fin, que el tiempo mejore, y pueda volver a la playa con mi traje de neopreno a nadar en esas aguas cuyo fondo debe haber sido removido a conciencia por tantos temporales y tormentas estos dos últimos meses, y que, esa sí, materia primigenia me envuelva y me haga exudar la basura de mi conciencia.





Imagen: Maruja Mallo, Mensaje del mar, 01937

domingo, 22 de abril de 2018

LOS ÚLTIMOS LIBERTINOS




Hacía tiempo que un libro de historia no me encandilaba y absorbía tanto como la última obra de Benedetta Craveri, especialista italiana en los siglos XVII y XVIII franceses, Gli ultimi libertini, que he leído en la edición francesa de Flammarion publicada en 02016 (existe una traducción española que acaba justamente de aparecer para quien no lea ni en francés ni en italiano). Supe de este magnífico libro por una emisión del programa Répliques de France Culture, y opté por comprarlo en la versión francesa, pues pensé que dicha versión, plagada de citas de obras y documentos de la época y revisada por la autora, me permitiría acercarme más al espíritu del tiempo y personajes descritos.

Efectivamente, como indica la autora en su prefacio, "este libro traza la historia de siete aristócratas cuya juventud coincidió con el último momento de gracia de la monarquía francesa. Una élite entera creyó posible conciliar un arte de vivir fundado en el espíritu de casta y los privilegios con la exigencia de cambio inscrita en los ideales de justicia, tolerancia y ciudadanía que vehiculaba la filosofía de la Ilustración. "Es siempre una cosa bella tener veinte años", escribió Saint-Beuve sobre ellos, pero era "cosa doblemente bella y feliz" tenerlos en 1774, cuando la llegada al trono de Luis XVI parecía ser preludio de una nueva época que permitía a estos "príncipes de la juventud", como los llamaba Fontanes, "encontrarse de la misma edad que [su] tiempo, crecer con él, sentir armonía y concordia" con lo que los rodeaba.

Estos hijos de la nobleza francesa consideraban natural acceder a los primeros puestos en el ejército y a los más altos cargos en la corte y los ministerios, y vivir de rentas, pero parecían haber olvidado las razones históricas de tal prerrogativa. En todo caso, no se preguntaban hasta qué punto estas ventajas eran compatibles con las reformas de las que se hacían heraldos. "Risueños ridiculizadores de las modas antiguas, del orgullo feudal de nuestros padres y de sus graves etiquetas, todo lo que era antiguo nos parecía aburrido y ridículo", escribirá a posteriori el conde de Ségur. "Libertad, realeza, aristocracia, democracia, prejuicios, razon, novedad, filosofía, todo se reunía para hacer nuestros días felices, y nunca un despertar más terrible fue precedido por un sueño más dulce y por ensoñaciones más seductoras" (op. cit. p. 9).

Todos ellos, el duque de Lauzun, el vizconde de Ségur, y su hermano uterino, el conde de Ségur, el conde de Narbonne, el caballero de Boufflers, el conde de Vaudreil, y el duque de Brissac, por otra parte, y eso explica el título del libro, se dieron al libertinaje que caracterizaba a una sociedad aristocrática donde el matrimonio de conveniencia era de rigor, y el adulterio era tolerado siempre que se atuviera a las reglas del galanteo elegante. Aunque ciertamente no del mismo modo; así podemos encontrarnos con el retrato de un auténtico don Juan sentimental y apasionado, como el duque de Lauzun, junto al de un frío y despiadado seductor como el vizconde de Ségur, que usaba de sus encantos para vengarse de sus rivales en sus esposas y amantes, y que fue modelo para el vizconde de Valmont de Chordelos de Laclos, pasando por otro señero seductor como el conde de Vaudreil, conocido como "el Encantador" que usó de los propios para medrar en el entorno de la reina, al lado de personajes que acabaron siendo modelos de fidelidad y entrega conyugal como el conde de Ségur y el caballero de Boufflers; sin olvidar al malhadado duque de Brissac: este miembro de la más rancia nobleza, al tiempo que francmasón y filántrofo, pensaba que el amor lo redime todo, y perdió el favor real por abandonar a su esposa y entregarse a su amor por la condesa du Barry, antigua prostituta y favorita del difunto Luis XV.

De hecho, las memorias de alguno de estos personajes, todos de pluma fácil salvo Brissac, no pudieron ser publicadas por su contenido libertino en la época de la Restauración, donde ya imperaba la nueva moral burguesa que no quería toparse con nada que cuestionase la imagen idealizada de la aristocracia víctima de la Revolución.

Tras trazar la semblanza de estos personajes y de su época crepuscular, la autora dedica un capítulo titulado "1789" al cambio radical que la Revolución -tan profusa y profundamente estudiada en España por D. Antonio García-Trevijano- supuso para estos aristócratas como inapelable punto final no sólo de una época histórica sino de un modo de vida. Unos como Lauzun, que había participado en la Guerra de Independencia norteamericana, se unieron a la revolución para acabar ingratamente guillotinado en el Terror, otros como Vaudreil y Boufflers, del bando realista, partieron rápidamente para el exilio, al que también marcharon para salvar la vida monárquicos constitucionalistas como Narbonne. Entre los que se quedaron, unos, como el conde de Ségur, lo hicieron por falta de recursos, su hermano el frívolo vizconde lo hizo porque pensaba que los acontecimientos políticos no le afectarían, aunque acabó compartiendo prisión con el posteriormente guillotinado André Chénier, y Brissac, por su parte, se sintió atado a su juramento de fidelidad al rey, convencido, asimismo, de que las reformas políticas necesarias conllevarían irremediablemente desórdenes. Este último, contra el carácter dócil a la vez que estoico con el que compañeros de casta afrontaban el cadalso, vendió cara su vida a la turba asesina que asaltó el carro en que iba preso. En este sentido, la posterior muerte patética de su amante, la condesa du Barry, que pidió piedad hasta el último momento -al fin y al cabo, como dice Craveri, una hija del pueblo humilde que se había visto obligada a prostituirse-, conmovió al público asistente, y contribuyó a cambiar la actitud popular ante las ejecuciones sumarias.

Nos hallamos, pues, ante un libro extraordinario, en el que la autora, nieta de Benedetto Croce, sabe aunar a la perfección el rigor del erudito con la perspicacia psicológica del literato que sabe dar la palabra justa a sus personajes. Es incomparable, en este aspecto, la descripción que hace de las razones de la amistad surgida hacia 01785 entre el intrigante cortesano conde de Vaudreil, al tiempo que generoso y sensible mecenas, y el moralista revolucionario Chamfort, hijo no reconocido de una alta dama criado por padres adoptivos humildes, y que no me resisto a traducir como ejemplo del tenor de toda una obra:

"Nacida de una fascinación recíproca, la amistad entre Chamfort y el Encantador fue el espejo donde cada uno intentó resolver sus propias contradicciones buscándose de manera narcisista en la imagen sublimada del otro. A pesar de sus divergencias de carácter, de ideas y de status social, los valores que compartían -orgullo, sentido del honor, espíritu de independencia, generosidad- los empujaron a una emulación constante que selló su entendimiento" [...] [A Vaudreil] Paris le permitía quitarse la máscara del cortesano, marcar distancias con las intrigas, las bajezas, los compromisos, e imponerse la admiración de un público exigente por sus solas cualidades: el gusto, la elegancia, el ingenio, el encanto de la palabra. El interés que tenía en la vida artística y la posibilidad de hacer al cabo un homenaje desinteresado al mérito lo reconciliaban con su amor propio. Para este Vaudreil hombre de bien la conquista de la estima de Chamfort constituía una confirmación de su propio valor [...] A ojos de Chamfort, Vaudreil encarnaba la quintaesencia del estilo aristocrático en su dimensión mítica, fuera del alcance del juicio de la historia. Bello a pesar de las marcas dejadas por la viruela, representaba por su elegancia, su brío, su desprecio del dinero y su reputación de libertino todo lo que Chamfort habría querido ser a los veinte años, cuando había ganado el sobrenombre de Hércules Adonis. Ahora que había llegado a los cuarenta, no podía dejar de admirar su mecenazgo ilustrado, su búsqueda de la perfección estética, y la cortesía exquisita de sus maneras. Concediéndole su amistad, Vaudreil realizó su encantamiento más poderoso. Ofreciéndole a Chamfort una imagen idealizada en la que reflejarse, permitió a su amigo exorcizar el abandono materno y levantar acta sin rencor de lo que podría haber sido, si el destino no hubiera decidido de otra manera" (op. cit. pp. 379-384).



Imagen: portada de la edición francesa.

domingo, 15 de abril de 2018

COMUNITARISMO Y DEMOCRACIA REPRESENTATIVA






En una de las últimas Cartas sobre temas de actualidad que publica Politique autrement, club de reflexión independiente sobre renovación de las democracias en los países desarrollados, dirigido por el sociólogo Jean-Pierre Le Goff, Céline Pina, concejal municipal francesa, denuncia la renuncia de los políticos y la alta administración a defender los ideales y principios de la República frente a la influencia creciente de los islamistas sobre los franceses de confesión musulmana.

La autora señala que del optimismo del fin de la historia anunciado por Fukuyama en 01992 se ha pasado a prestar crédito al vilipendiado Huntington que anunciaba que el mundo postcomunista estaría marcado por el conflicto y el cuestionamiento del modelo consumista liberal occidental por la exigencia identitaria, sobre todo de parte del islamismo entendido como nuevo totalitarismo.

Señala Pina que los políticos se han negado a ver esta realidad, y que, creyendo en el final de las ideologías, se han reconvertido en gestores y comerciantes, dividiendo el cuerpo electoral en clientelas para precisar mejor a qué intereses servir para ganar, conservar e incluso confiscar el poder.

Se remarca, empero, que lo peor de este clientelismo comunitarista es el vínculo que se establece entre el político y el que instrumentaliza su comunidad, como líder autoproclamado, que para autoafirmarse desarrolla una propaganda totalitaria sobre fondo del odio a Francia considerada como impía, del odio a los franceses tenidos por racistas, y sobre la base de reivindicaciones culturales pero sobre todo cultuales, que son contrarias al espiritu de las leyes, y del contrato social.

Así, la presión agobiante de salafistas y hermanos musulmanes ha creado los llamados "territorios perdidos de la república" donde, incluso a pocos kilómetros de Paris, parece cambiarse de espacio y de tiempo, en el que "la inhumación de las mujeres bajo velos que son la mortaja de su igualdad con los hombres y de sus libertades es el primer signo del dominio del islamismo sobre un territorio".

Indica Pina que este clientelismo sistemático con fines electoralistas, que deviene en cerrazón comunitarista y amenaza para la democracia, contó en 02012 con la fundamentación teórica del think-tank Terra Nova, próximo al Partido Socialista, que explicaba que había que abandonar el discurso orientado hacia las clases populares, y sustituirlo por otro dirigido a grupos descritos como minoritarios u oprimidos en razón de sus orígenes en la inmigración, de su sexo (mujeres), y de sus prácticas sexuales (homosexuales). Se termina, pues, por no dirigirse a ciudadanos sino a comunidades. Añade Pina que, para la formación de las listas regionales en vista de las elecciones de ese mismo 02012, y en lo tocante a los candidatos de la "diversidad", se prefirió no a personas provenientes de familias humildes y extranjeras que hubieran terminado fructuosamente sus estudios, sino a otras que hubieran fracasado en la escuela o cometido pequeños delitos, en nombre de una mayor "representación" de la gente de los barrios de la inmigración. "Difícil para este tipo de representante electo -afirma Pina- acceder a la noción misma de interés general o de superar la representación comunitarista en beneficio del interés general, porque eso supondría cortar la rama sobre la que está sentado".

Extrapolando el caso francés, puede comprobarse cuán nulamente representativo y pernicioso resulta el sistema electoral proporcional de listas cerradas y abiertas, que abre la puerta a un comunitarismo desestabilizador y totalitario. Apelar, en este sentido, a la homogeneidad del cuerpo electoral y del sujeto constituyente resulta ilusorio, inútil y susceptible de interpretaciones racistas, pues la constitución de las diversas mónadas electorales republicanas, representantes en microcosmos de la sociedad civil, regidas por un sistema electoral mayoritario uninominal y a doble vuelta, bloquearía esta amenaza comunitarista e identitaria, basada en el victimismo y el sometimiento de los intereses de la mayoría a una minoría insaciable, sostenida y alentada por la ideología socialdemócrata de los políticos de la partidocracia.






Imagen: René Maltête

domingo, 8 de abril de 2018

APÓSTROFES





Amigo lector:

En la literatura antigua era común el apóstrofe, la apelación directa al lector, de suerte que en la poesía épica latina, por ejemplo, eran comunes formas como uideas, uideres "verías, habrías visto, vieras" que servían para implicar lo emocionalmente de un modo más profuso en algún pasaje especialmente patético, curiosamente a través del órgano visual, de inmediatez perceptiva. Progresivamente, ese apóstrofe quedó relegado a partes externas al texto, como el prólogo, cual captatio benevolentia, al principio, y luego, principalmente, como declaración de intenciones. De tal manera es así que los traductores modernos se encuentran incómodos ante esos uideas, y tienden a trasladarlos de modo impersonal ("se vería"), traicionando -ahora sí- ese antiguo espíritu de complicidad entre autor y oyente devenido pronto lector, que ahora sólo se concibe como transacción anónima a través del objeto físico del libro.

Parecía, empero, que la escritura digital a través de instrumentos de comunicación como el blog o "libro de bitácora" aseguraría una instantánea interactividad a través de los llamados "comentarios", pero eso se ha ido reduciendo considerablemente con el tiempo, en la medida que el blog se ha convertido en vehículo de contenidos culturales especializados. Ya escribiendo esto me estaba olvidando de ti, lector, pues sé que existes por el flujo constante y no decayente de visitas, aunque no te manifiestes de ninguna manera. El vínculo anónimo por medio del libro se da por descontado, pero el digital parecía más apto a una comunicación que fuera enriquecedora para ambas partes, y, en cierta época, lo fue para mí, pues conocí a gentes que luego llegué a tratar personalmente.

Ahora, sin duda, acepto esta situación de comunicación anónima, pero no por ello quiero renunciar a dirigirme a ti personalmente, y a interpelarte en tu condición de furtivo visitante de páginas ajenas, de las que esperas enriquecerte, como hago yo también, llenando mi blog de enlaces que visito cada semana. No pretendo siquiera que des ningún signo de vida, solo decirte que para mí escribir cada semana es una manera de hacer una acta de existencia, y de aclarar mis ideas y mi manera de ver la vida a pesar de las anteojeras que  de una manera más o menos cobarde, acepto que me impongan en ocasiones la rutina, el conformismo, o la autocompasión. Escribo sobre literatura, y arte, sobre la vida, y la política, tras el terremoto que supuso en mi devenir el estudio de la obra de Antonio García-Trevijano. Escribo acumulando poemas y relatos que espero publicar algún día (de hecho tengo preparado un libro de relatos, cuya salida a la luz trato de ultimar), y amarrarlos al blog es una esperanza de que algún día partirán a alta mar. Esta rutina que me impongo es también una fuente de conocimiento, inseparable a veces de la amargura. Pero vale ya por hoy.

Vale.


Imagen: Georges Le Brun, The man who passes (01900)


domingo, 1 de abril de 2018

VIOLENCIA Y LIBERTAD POLÍTICA COLECTIVA





"Si el propósito no es la conquista del Estado, como en los tiempos del fascismo y del comunismo, ni su eliminación como en la creencia anarquista, sino la apertura de un periodo de libertad política constituyente en la sociedad civil, no hay lugar para la violencia" (A. García-Trevijano, Teoría Pura de la República, El buey mudo, Madrid, 2010, pp. 626-627)




En el capítulo VII, "Filosofía de la acción constituyente" del libro III de Teoría Pura de la República D. Antonio García-Trevijano establece como principio que "la teoría constituyente de la R[epública] C[onstitucional] es filosofía de la acción" (p. 604), rechazando acto seguido la creencia de que lo teórico se realiza mal en la práctica a causa de la condición humana, pues tal objeción es válida para las teorías utopistas o idealistas, "pero no en las concepciones realistas de la política, que en ningún aspecto se apartan de la condición humana" (ibidem). El pensamiento realista es, pues, la base de la filosofía de la acción constituyente.

Hasta tal punto es así, que "la idea de la República Constitucional, sojuzgada en las Repúblicas y Monarquías de partidos, no se realiza siquiera en teoría sin un esquema realista del tipo de acción y grado de intensidad requeridos" (pp. 611-612). El autor señala el imperativo carácter aristotélico de los revolucionarios de la libertad política colectiva, cuyos fines son reales porque son probables y realizables, frente a la rigidez determinista de los intelectuales partidocráticos, pues "la Teoría Pura rechaza radicalmente la creencia de la filosofía fascista (Gentile) en la brutal idea hegeliana de que el actualismo del poder existente, el del Estado, sea la única racionalidad posible de la realidad. Si todo lo real fuera racional, tan irracional sería oponerse al poder realizado en la dictadura como en el Estado de partidos. La República sólo podría venir entonces de un acto de fuerza bruta, de un golpe de Estado o de una sublevación violenta que, sin libertad política, la impusieran como otra actualidad sin libertad. No sería República Constitucional sino otra vez Constitucionaria" (p. 613).

Precisa D. Antonio que los principios generales que deben guiar la acción son tres: continuidad, homogeneidad, y retroacción. Concretamente, sobre la homogeneidad afirma que "la consigue el principio de que los medios han de tener la naturaleza pacífica de los fines, y ser adecuados a la inteligencia de la finalidad que pretenden" (p. 617). Así pues, "la nueva teoría de la verdad=libertad, y la propia condición democrática de la República Constitucional, son incompatibles con cualquier tipo de acción que se proponga la conquista del poder político, sin someterse previamente a la conquista de la hegemonía política en la sociedad civil o, mejor dicho, en los ámbitos culturales de una sociedad plural y moderna" (p. 627), añadiendose que "por ser pública, continua y gradual, la acción republicana se separa abisalmente de las acciones secretas, repentinas, discontinuas y técnicas, típicas de los golpes de Estado" (ib.).

En conclusión, puede afirmarse que las acciones violentas son ontológicamente contrarias a la filosofía de la acción constituyente, pues no sólo quiebran el carácter público, continuo, gradual  y pacífico de la acción republicana, sino que, concordando con la doctrina megárica de necesaria racionalidad de lo real combatida por Aristóteles, llevarían al poder a la fuerza del régimen de poder preexistente (ejército, masas en armas guiadas por una facción política) que pareciera más adecuada para encarnar o simbolizar al Estado ya constituido. Nos encontraríamos, pues, ante una República Constitucionaria, no Constituyente. Es sin duda, loable combatir dictaduras y tiranías para derrocarlas, pero esa lucha es distinta a la librada por alcanzar la libertad política colectiva.



Imagen: Berenice Abbott.